Huelen
a la procesión de los más altos niveles de adoración, celebración y juerga.
Huelen
a copal perpetuos y encendidos en las profundidades de las tradiciones que ambientan
las fiestas de los serenos. Huelen a sudor de mujeres y hombres que celebran
misas en los altares privados de sus eternos. Huelen a montañas vestidas de
amarillo que parecieran adornar una mesa enorme de comidas predilectas. Huelen a
rezos y canciones arcanas que disfrutan los festejados que recuerdan en las eternidades,
aquellas letras de invocación. Huelen a sueños que viven en las esperanzas de
parajes de descanso inconmensurable y liviano.
Huelen
a familias orgullosas que bailan y ríen al aplauso de sus muertos.