jueves, 6 de mayo de 2010

PRIMER LLUVIA EN JUEVES DEL 2010.


Es de tarde en el primer jueves de este nuevo año, pero sin embargo, es de noche. Pero esta noche, no lo es totalmente, es una tarde nublada. No recuerdo con seguridad, si la mañana de este día también estuvo nublado, pero lo que si recuerdo es que en este enero del 2010 y para ser exactos en este jueves, el cielo esta triste al punto de las lagrimas… y yo lo siento igual.

Un error de transporte me deja a la mitad del camino a mi hogar, aunque no se si refugio de lo que pronto me espera; y estoy a escasos quince minutos de distancia… y yo camino. El camino, la tarde y el cielo están apesadumbrados, no se si conmigo, o con los seres de mi alrededor… pero yo lo disfruto. Mis pasos son lentos, pero no pasmados. Me exhorto a deleitar cada paso que recorro, y descubro, del otro lado de la carretera, una banqueta jamás inexplorada, ansiosa me la imagino, de mi presencia… y yo no la hago esperar.

Descubro en esta acera virgen, caras repetidas pero desconocidas, gente que en verdad trabaja, dos niños felices y una escuela cerrada, un viejo que grita cosas al aire y un puente peatonal solitario, mismo que me reta a subirlo y admirar desde su altura el paisaje grisáceo. Entre las nostalgias saboreadas desde ese momento y desde esa altura, recuerdo que debo apurar el paso a mi destino pues había olvidado algo importante.

Los recuerdos perdidos se manifiestan con la figura de una chica que toca a mi puerta, se hace mas presente con ella dentro de mi casa, y mi cordura se pierde, tras perderme yo también, en lo tibio de sus brazos y besos, en sus caricias y miradas, tras perderme en esas tinieblas que encierran ese negro de sus ojos. Mismos ojos que como efecto mágico del más inexplicable hechizo divino, se postran entre los pilares de aquella casa inacabada y observan con diversión el suceso natural que este cielo triste nos presenta. No tarda en que la tristeza de este cielo llega a su cúspide, pues de pronto, chispeantes lágrimas comienzan a caer sobre los suelos y techos de esta ciudad de arena. Y mi chica, como motivada por la danza de las gotas, me toma de la mano y me invita a mojarme con ella. Mira al cielo y abre los brazos como simulando volar, solo para recibir sobre su cuerpo la cosquilleante fuerza de las partículas de agua. Después me mira y cruza los brazos, yo la miro perplejo, y tras interceptar aquella mirada que arde más que el frío de la lluvia, la abrazo con fuerza apretando su cabeza a mí ya mojado pecho. Ella me abraza de la cintura y me trae a su cuerpo, estrechándonos como cabellos en una trenza, y a si permanecemos en silencio mojándonos con el frío de esta caprichosa lluvia. Esta, después de un rato, ya no nos moja, hierve en ebullición al contacto con nuestra piel, pero sin embargo nuestra ropa aun gotea agua. Y tras este extraño milagro de humedad, calor y frío se esta llegando la hora de ponerle fin a nuestros ritos.

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