martes, 3 de febrero de 2009

DALIA.


No sabía por qué huía, pero quería estar lo más lejos posible de aquel lugar. Decidió correr y jamás regresar, sería su partida sin regreso. Quería que la dejaran sola y a si comenzó su viaje.
El bosque la esperaba… la esperaba desde hace mucho.

Dalia vestía de blanco, pero con la cercanía de la noche sus vestidos comenzaron a tornarse negros, el corce la ahogaba, pero era este sofocamiento la que la motivaba a seguir su camino, su largo camino. Corría, no paraba, pues le era imposible hacerlo. Internada en el boscaje admiro lo largo de los robles y lo viejo de las hojarascas, su camino, su ropaje. Dalia estaba perdida, pero buscaba algo, algo que la dejaría en paz, algo que nunca había tenido y que siempre había anhelado. Estaba desesperada, estaba cansada, sabía que su búsqueda era difícil y que la vía para llegar lo seria aun más, se angustiaba. Ya estaba halla y no podía dar marcha atrás, algo dentro suyo la animo a continuar llenándola de energía y ánimos… era magia. Magia pequeña, única, antigua, ligera, como el rasguño de un troll, como la caricia de una hada, como lo que siempre se ha anunciado y nunca ha llegado. Volvió a su andanza, pero con ímpetus renovados. Dalia estaba cerca, podía sentirlo, algo la llamaba al centro de aquella arboleada… había llegado al fin.

Había seis antorchas iluminando el aposento, una cama adornada en rojo servía como ofrenda para aquel que Dalia tanto había buscado, aquel vestía de túnica y no mostraba la cara… era el inquisidor. La tomo entre sus brazos y la azoto contra la cama, la desnudo completa y la poseyó, sabía lo que quería, y lo que debería y lo hiso, el inquisidor destruyo a su víctima. Desde esa posición y con los ojos serrados, Dalia se dio cuenta que ahora estaba completa, que era única, era amada y sobre todo que ya había llegado al final. Al final de su camino, al final del bosque y al final de la eternidad.

No hay comentarios: