miércoles, 1 de octubre de 2008

MIS AÑOS PERDIDOS.


Todo el que me haya seguido a través del libro más tergiversado de la Historia habrá notado que, misteriosamente, desaparezco cuando soy un chaval y reaparezco ya con treinta y pocos, dispuesto a ser el Gran Sacrificado. ¿Nunca os habéis preguntado el por qué?

Me volví loco cuando se me encomendó mi misión. Sí, yo también soy Dios, pero, de la Trinidad, yo encarnaba la parte más débil, yo era La Carne. Y como carne sufriente que era me asusté. Me negué. Negué a mi Padre antes de que Pedro me negara a mí. Mi Padre bajó a hablar conmigo. Era el destino, me dijo, y se quedó tan tranquilo. Puta omnisciencia...

Yo seguí negándome. Él siguió insistiendo. Al final, conseguí una moratoria. Yo debería haber sido sacrificado en plena juventud, para hacer más patente el mensaje. Conseguí unos años más, y presentarme así al sacrificio ya con treinta años, casi un viejo en aquella época. De hecho, cuando me subieron a la cruz me quedaban ya pocos dientes. Y me dolía todo el cuerpo. Eso sí, siglos y siglos de desinformación han hecho que la imagen que tengáis de mí sea la de un hippy de perpetuo buen rollito. Pero no.

¿Y qué hice durante esos años? Lo que haríais cualquiera de vosotros si os pronostican unos pocos años de vida: vivir. Aprovechar cada momento, porque puede convertirse en el último. Conocí otras carnes, engendré hijos, blasfemé, me emborraché y tomé el nombre de Dios -mi nombre- en vano. Me dediqué a ser persona, pues ya iba a ser Dios por toda la Eternidad.

¿No habríais hecho vosotros lo mismo?


Maldecido por: LA IRA DE DIOS.

No hay comentarios: