Cuando
el tunco llego
había
momentos crueles,
que
cerraban los espacios
y
amargaban las mieles.
Lo
miraban al pasar
y
era de sorprenderse,
esa
sonrisa fugaz
y
la cadencia al moverse.
De
él se sabía poco
y
aunque nadie pudiera
al
oírlo hablar de locos,
trajera
las buenas nuevas.
Se
sabe pues del tunco
dificultades
de la vida,
pero
nos enseñaba surcos
de
flores, y margaritas alegrías.
Yo
del tunco conocí
razones
invisible para amar,
de
libros que te hacen feliz
con
palabras para edificar.
Nunca
me entere de las razones
que
provocaron su defecto,
pero
le escuche canciones
que
alababan al perfecto.
Se
supo entonces un día
en
que las cosas fallaban,
que
el tunco sonreía
y
las cosas se arreglaban.
Un
día el tunco se fue
y
de él no supimos nada,
pero
dejo entre nosotros ideas
que
hasta ahora no se acaban.