
“Era de noche, no recuerdo si de madrugada, y el viento soplaba el amanecer que como trabajador eterno, se preparaba para una hermosa rutina mágica. Estaba descansando en el sillón que mis amigos y yo frecuentamos, siempre que la monotonía se apodera de nuestras inconclusas cabezas de genio malvado, ahí estábamos, no platicando sino cantando, no susurrando sino recitando, no molestando sino inspirando, no acabados sino cansados, disfrutando de esa velada que pretendía convertirse en sublime. Todo paso en un parpadeo, y dos mis aliados de esa velada extraordinaria se desaparecieron de pronto, como esfumados por algún hechizo ultraterreno, no escandalice a ninguno de los otros (mis otros) ellos parecían no presenciarlos, parecían no importarles, parecían no vivos. Algo sin duda estaba sucediendo, y solo yo era el único cuerdo o no se si loco, en esa habitación, y el sillón claro, que con su confortable presencia apoyaba mis miedos y lucubraciones. Me levante de entre los cuerpos inertes en que se habían convertido mis camaradas y decidí buscarlos, no tarde mucho en escuchar unos casi imperceptibles sonidos, como de duendes, como de algo fuera de esta realidad, me asuste y utilizando este miedo como batería para seguir investigando, me dirigí sigilosamente hacia aquel cuarto que sin duda me esperaba con algún evento monstruoso o fuera de cualquier explicación divina, cuando mas cerca estaba de la puerta de aquel cuarto de los susurros, escuche ahora unas palabras quejosas como de alguna victima siendo atacada por el mas nefasto de los cazadores, el valor y la adrenalina fueron elixires invisibles que dotaron de osadía mis pasos hacia aquel lugar siniestro; y con el corazón por mano abrí la puerta. Y lo que vi no encuentra explicación alguna: a no ser por aquellos textos prohibidos de los poetas sentenciados a muerte, a no ser por los poemas que el fantástico rey Salomón guardo para si mismo y corazón, a no ser por la mas perfecta obra artística de cuerpos desnudos que el hombre pueda ver, y ese hombre fui yo. Ellos eran el trabajo cúspide de la diosa Psique y Cupido, eran dos salvajes peleando una lucha acalorada y sin cuartel utilizando como macabras armas de muerte sus sexos en explosión, eran la posición prohibido del kamasutra, eran dos extraños conociéndose brutalmente, eran la entrega sin miramientos vuelta carne, eran los deseos prohibidos de dios… eran mis dos desaparecidos amigos haciendo el amor. Tras aquel espectáculo mis palabras y mis sentidos estallaron en un casi impronunciable - ¡lo siento! Y la puerta se cerro de manera abrupta sobre aquella escena digna de la mas estilizada película pornográfica”
Ahora mi voz y mis pensamientos se enmudecen cada vez que mis amigos pasan delante de mí, sonrojados y yo también por aquel accidente. Y yo pregunto, después de explicar este padecimiento y de contarles este cuento que cree en honor de aquel bochornoso suceso, ¡¿alguien conoce la cura para la vergüenza amistosa?!